martes, 18 de septiembre de 2007

Roland Barthes, Ferdinand de Saussure y los grandes sistemas sígnicos.

Augusto Solórzano
Magíster en estética
En su famoso texto “Elementos de la semiología” que fue publicado por primera vez en Francia 1964 y que en español tan solo aparecería editado siete años después, el famoso semiólogo y analista de la cultura en general, Roland Barthes adopta un gran numero de conceptos que habían sido el cuerpo estructural de la teoría lingüística de Ferdinand de Saussure a un contexto mucho más amplio y general en el que el signo lingüístico resulta ser tan solo un campo de estudio mas entre muchos otros. El término “adopta” sin duda hace referencia a la forma en que el primer autor asimila y acomoda gran parte de esta teoría para ampliar el derrotero teórico de la semiótica. En gran medida esta revisión que el francés hace supera de cierta forma la limitación de ver el signo única y exclusivamente dentro del contexto lingüístico en tanto que él logra profundizar y expandir el campo de acción del “significante” una vez éste empieza a visualizarse como una proyección del signo capaz de anclarse en cualquier ámbito de la cultura en general. Con la intencionalidad de explicar como es que la realidad que va produciendo en el acontecer social, Barthes abre una puerta para que el signo tenga por fin una clara connotación existencial. En pocas palabras, podemos decir que este autor amante de las paradojas, propende por explicar las realidades que los hombres van erigiendo en la sociedad a través del signo.
En la obra mencionada en el párrafo anterior, este autor no solo hace énfasis en la expansión del significante, sino que, además, plantea que es a través del signo que es posible la construcción de toda una ideología basada en un sistema de creencias, valores y costumbres que toda una comunidad acuerda convencionalmente. Gracias a la ideología es que la gente puede pensar y discutir sobre el mundo social, en tanto que ella determina la naturaleza de los argumentos y la forma retórica que adquieren en todas las instancias comunicativas de la vida cotidiana. Precisamente, es en este espacio donde libremente surgen visiones contradictorias, por ejemplo de la historia o de la religión, discusiones que por demás, no solo se expresan en forma ideológica, sino que además propicia la percepción de visiones opuestas sobre un mismo hecho o acontecimiento y, es desde este ámbito donde la retórica empieza a ser utilizada como la herramienta que en cierta forma determina “el significado” que los sujetos le atribuyen al pasado político o religioso .

Tras proponer que el "signo lingüístico" estaba ligado por completo con el signo social y que uno y otro se aplicaban y concernían por igual a todas la estructuras sociales en tanto que configuraban el signo sociosemiológico, Barthes formula con ello una nueva visión del significante que adquiere un carácter ideológico y cuasi realista.
Esta expansión del signo ha sido criticada duramente por ciertas líneas intelectuales que acusan al francés el haber pasado por alto la advertencia formulada por Saussure de que no se debía confundir el soporte material del signo con el valor lingüístico de éste. Dentro de la información recopilada en el “Curso de Lingüística general” aparece un claro ejemplo en el que este autor haciendo uso de una metáfora preveía los alcances de dicho trastrocamiento terminológico: el metal de una moneda no es el que fija el valor del significante, pues dicho valor se establece gracias a las diferencias que cualquier persona puede establecer entre ésta y las demás monedas similares que se hallan en circulación. De esta forma, es gracias a la diferencia que el usuario finalmente separa la verdadera imagen acústica de una moneda en particular de todo el resto de monedas que circulan en un país o en el mundo entero.

En este momento vale traer a colación los dos tipos de significación que Saussure dispuso para entender el problema del significante. El primero de ellos hace referencia al signo tomado en forma aislada y, el segundo, al contraste en el que el signo se le compara con otros signos de una forma totalmente drástica, tal como sucede cuando confrontamos al gato y al ratón, el día con la noche, al hombre con la mujer, el blanco con el negro etc. La primera forma de significación esta completamente subordinada a la segunda y la diferencia entre una y otra se conoce como “valor lingüístico”.
Existe una condición fundamental para que las cosas funcionen dentro de un sistema sígnico y es la de que los signos sean diferentes entre si de tal forma que puedan tener valores comparables e intercambiables con otros signos. Del mismo modo que en el supermercado cambiamos dinero por algún artículo en particular, con el signo sucede exactamente lo mismo.
También se presenta el caso en el que los signos tienen un grado de familiaridad pero ante todo priman las diferencias. Para explicarlo mejor continuemos con el caso del dinero. Cuando cambiamos un billete de 50.000 pesos lo hacemos por otros billetes de menor denominación cuya sumatoria sea equivalente al valor mencionado, pues nada haríamos si cambiamos dicho billete por otro igual o, si un panadero cambiara el fruto de su producción por la producción de otro panadero. La comparación y la valoración reciproca juegan dentro del sistema sígnico un papel fundamental, ya que a partir de una y otra es posible establecer las diferencias por dentro y por fuera del sistema propiamente dicho. Los 50.000 pesos colombianos no son equivalentes a 50. 000 dólares norteamericanos a pesar de que ambos tengan el mismo valor numérico. Para que uno y otro funcionen deben comparárseles o, mejor aun, confrontárseles. En pocas palabras, podemos decir que todo sistema sígnico está constituido por algo distinto de cualquier otra cosa con la cual ésta pueda ser intercambiada y cuyo valor pueda determinarse claramente.
Además de lo anterior es importante tener en cuenta que dentro del sistema deben existir cosas similares a aquellas cuyo valor se va a fijar. El significado es el que comunica el valor lingüístico, el cual a su vez deriva de su “contraste” con otros signos con los que el signo como tal está plenamente vinculado. Las diferencias a nivel de “contraste por valor lingüístico” tal como son llamadas por el teórico suizo se puede visualizar de forma muy sencilla a través del ejemplo de una“laguna” que a pesar de ser una masa pequeña de agua rodeada por todos lados de tierra, no es un “río” o un “lago ni tampoco el “océano” mismo. Sin lugar a dudas todas tienen el componente agua como constante; más sin embargo, todos estos signos son distintos entre sí. “Rió” no significa “lago” ni “océano ni mucho menos “laguna. Como podemos deducir inmediatamente, ha sido el conjunto sígnico el que ha determinado el significado particular de cada uno de ellos. El principio que distingue el valor del significado opone además las formas entre sí y crea finalmente el significado.
Como si se tratara de una rueda sin fin las ideas constantemente son intercambiadas por sonidos y éstos a su vez por nuevas ideas. Dentro de este mismo marco, aparece un nuevo concepto conocido como “contrastante formal” que genera también otras diferencias que se establecen a partir de oposiciones mínimas a nivel de sonido o de escritura y cuya misión –si se nos permite llamarla así- es la de hacer que el significante de cada signo sea diferente a todos los demás. La palabra “Gato” difiere por muy poco de la palabra “Pato”, más sin embargo, es ese primer signo representado en una sencilla letra el que permite que no lleguemos a confundir al felino con la graciosa ave palmípeda. Ese corto sonido que se hace presente en una palabra y en la otra brilla por su ausencia, es el que nos permite crear una diferencia de significación.
Saussure estructuró su teoría en una forma netamente circular. Sus ideas requieren ser leídas en su totalidad para uno darse cuenta del estrecho vínculo que éstas tienen con el principio. Prueba de ello es el caso del significado cuyo motor sin duda alguna es la diferencia. La conformación de un sistema sígnico que opera creando diferencias entre ideas e imágenes sonoras no se requiere de la utilización de términos positivos, pues dicho sistema puede construirse sobre la base de la negación, pero si analizamos significantes y significados de forma separada, observaremos que uno y otro son diferencia, negación pura. Sin embargo, y, paradójicamente, en donde significante y significado confluyen, es donde hallamos el elemento positivo. Las variadas formas de decir “Esta bien” tales como “Ta bien” “Tavién” solamente varían en cuanto a su forma de pronunciación y la comunicación no se ve afectada cuando cualquiera de ellas es usada en el contexto cotidiano. En ellas prevalece una “diferencia de forma”que no altera ni cambia el sentido. Esta situación da un giro inesperado si por ejemplo se pretendiera combinar o abreviar cualquiera de estas variaciones de “Esta bien” con una de “Esta mal”. A pesar de que una y otra siguen diferenciándose claramente, en ningún momento podríamos determinar en una misma forma a las dos expresiones: Ta val” por ejemplo carece de sentido en tanto que el contraste se ha perdido por completo.
La diferencia es algo que puede definirse apelando a un tercer término. Por ejemplo la diferencia entre dos y tres es uno. Diferenciarse implica aquí simplemente que dos no es igual a tres. En la lengua tan solo existen diferencias y nada más que diferencias que son el vehículo a partir del cual el significado adquiere sentido.
Para establecer la diferencia entre un signo “A” cualquiera y un signo “B” es necesario recurrir a un tercer signo “C” y esto mismo sucede con los conceptos. Ratón, ratones, ratoneras, botón, botones o botoneras se oponen entre sí por el carácter “lineal” que determina la lectura e interpretación de los signos simples o complejos. Como podemos ver entre los signos solo existen “oposiciones” que el interprete del signo va deduciendo de forma lineal. Frente a la expresión “tener hambre” un intérprete particular es capaz de deducir que dichos términos no pueden ser sustituidos por “poseer hambre”, “ser dueño de un hambre” o cualquier otro sustituto que se nos pueda llagar a ocurrir. A lo anterior se le conoce con el nombre de “relaciones lineales fijas” y éstas difieren substancialmente de las “relaciones libres” en las que por ejemplo el termino “tener” si puede operar de igual manera que “poseer” o “ser dueño de algo”.


Grandes sistemas sígnicos

Dentro del ámbito semiológico los sistemas sígnicos han sido clasificados del siguiente modo: la distinción entre lengua y habla, el código, la distinción entre sintagma y paradigma, la articulación y, por último, la dimensión semántica, sintáctica y pragmática del signo.
A continuación nos detendremos detalladamente en cada uno de ellos.
Distinción Lengua / habla. Primer gran sistema sígnico.
Desde siempre los lingüistas se habían ocupado por estudiar el desarrollo histórico del lenguaje y para ello tomaban como campo de estudio la lengua escrita. Al contrario de lo anterior, Saussure tomo como punto de partida la individualidad del acto expresivo; es decir, la palabra hablada. A pesar de que ambos conceptos venían siendo utilizados corrientemente por la lingüística clásica su uso en realidad era totalmente equívoco. La intervención científica de Saussure tuvo por objeto determinar ciertas características estructurales que lograsen delimitar, con el correspondiente rigor, los respectivos conceptos de “lengua” y “lenguaje”.
Saussure se trazó como objetivo determinar ciertas características estructurales a partir de las cuales fuese posible delimitar rigurosamente los respectivos conceptos de “lengua” y “habla”. Es desde allí que se inicia un giro radical y una valiosa distinción teórica : la Lengua (el sistema): O lo que podemos hacer con nuestro lenguaje y; el Habla (el uso del sistema): O lo que de hecho hacemos al hablar.
Para Saussure separar el trigo del arroz significaba sentar un pilar, un punto de partida, para entender cómo estaban constituidos los grandes conjuntos sígnicos y, a su vez, para dimensionar la forma en que éstos estaban configurados por una serie de elementos comunes entre sí. Esta diferenciación teórica requirió de grandes esfuerzos puesto que, el signo lingüístico necesitaba que se excluyeran de él los sonidos efectivos del habla.
En un primer momento el lingüista suizo considera al lenguaje como totalidad, un “tesoro” social, una “alacena” en la que se almacenan los signos y reglas del lenguaje, así como también la forma correcta en que dichas reglas se combinan. En otras palabras la “lengua” no es otra cosa más que un producto social y un conjunto de convenciones necesarias que han sido adoptadas por el cuerpo social para permitir el ejercicio de esta facultad entre los individuos”. Como fenómeno supraindividual que es, la “lengua” es un fenómeno totalmente autónomo que se aleja radicalmente de las iniciativas privadas. Ella permanece en la memoria de cada uno y esta dispuesta para activarse en el momento en que cualquier persona enfrente diversos estímulos y tenga que dar cuenta de ellos.
Por su parte, el habla es ante todo el dinamismo, la acción de la lengua. De cierta forma, se trata de la actualización permanente que hacen los hablantes de una lengua en particular una vez combinan significantes y de significados dentro de miles de sintagmas que constituyen finalmente el sentido global. En la medida en la que el hombre selecciona determinadas posibilidades comunicativas, las fija y las jerarquiza esta haciendo uso del “habla”.
Lengua y habla son dos fenómenos que no son oponibles ni tampoco independientes. Tanto necesita la lengua del habla como esta de aquella. Se trata de un proceso dialéctico en el que por ejemplo un poema, un vestido, una carta se constituye en un acto del “habla” a pesar de estar ceñido a los parámetros de la “lengua”.


Saussure hizo un marcado énfasis en todo lo concerniente a la lengua que las que configurarían el habla, quedando el habla como un interrogante abierto sobre el que hoy en día se ha vuelto a poner la mirada. En el siguiente cuadro trataremos oponer los enunciados correspondientes a la lengua y al habla

LENGUA HABLA
Objeto bien definido en el conjunto heteróclito de los hechos del lenguaje.
No es función del sujeto hablante El mecanismo psicológico que permite
Exteriorizar
La-lengua
-Aquella porción determinada del circuito donde una imagen auditiva se asocia con un concepto. Es el otro término de la relación sin el cual no es posible pensar la lengua.
-Parte social del lenguaje, exterior al individuo. No es función del sujeto hablante Parte individual del lenguaje, exterior al individuo
Parte individual del lenguaje, interior al individuo
Parte social del lenguaje, interior al individuo
-El individuo, por sí solo, no puede crearla ni modificarla. Es producto que el individuo registra pasiva e individualmente. el individuo la crea y modifica
-Sólo existe en virtud de una especie de contrato establecido entre los miembros de una comunidad Existe con independencia del contrato
-El individuo necesita un aprendizaje para conocer su funcionamiento. La reflexión no interviene más que para la actividad de clasificar -Su práctica y aprendizaje se presenta dentro de un marco cotidiano
-Se conserva, aun perdido el uso del habla gracias a que la lengua se escribe -Puede perderse o modificarse y, aun así se conserva la lengua
-Puede estudiarse con independencia del habla. Algunos de sus aspectos pueden estudiarse con independencia de la lengua
-La ciencia de la lengua sólo es posible si no se inmiscuyen otros elementos. Es un acto
-La lengua es de naturaleza homogénea. El habla es heterogénea de igual forma que lo es el lenguaje
-Es un sistema de signos donde lo único esencial es la unión del sentido y de la imagen acústica, siendo las dos partes del signo igualmente psíquicas Es un sistema cambiante
-Es un objeto de naturaleza concreta Es un objeto de naturaleza concreta
-Los signos lingüísticos son asociaciones ratificadas por el consentimiento colectivo tales como las academias de la lengua. Sus signos requieren de la ratificación colectiva
-Son realidades que tienen su asiento en el cerebro su lugar pertinente en la vida cotidiana
-Son, por así decir, tangibles; la escritura puede fijarlos mediante imágenes convencionales Sería imposible fotografiar, en todos sus detalles, los actos del habla
El código. Segundo gran sistema sígnico.
Recorridas estas diferencias es el momento de volcar la mirada de una forma más detallada hacia el concepto de “código”, término que por demás ha sido tomado del lenguaje jurídico y que hace referencia a un conjunto de normas que regulan la conducta intersubjetiva.
En cuanto a lo lingüístico dicho término se utiliza en el sentido de convención o acuerdo social entre los significantes y los significados de los signos. El “código” lingüístico o semiológico cumple una función similar a la de los códigos jurídicos o a los de transito y puede definirse así: conjunto de normas positivas que regulan las equivalencias semánticas entre los elementos de un sistema de significantes y elementos de un sistema de significados. Tales normas positivas han sido “puestas” por una especie de convención colectiva que se expresa a través del uso reiterado.
Por supuesto el carácter colectivo que se le imprime al código no solamente se restringe a lo convencional ya que también existen códigos que son propuestos por grupos especializados y que por ende se hallan al margen de tendencias colectivas. Este es el caso del código de comportamiento que rige a los masones o los códigos éticos que determinan la vida militar en donde éste determina por completo la función sígnica. Todo código semiológico es condición necesaria y suficiente para la subsistencia del signo; sin “código” no es posible ninguna función sígnica. Gracias al “código jurídico” por ejemplo es que el juez puede impartir justicia al condenar a un reo. A manera de resumen rápido podemos decir que La función del “código” es constituir el signo; es decir, determinar las relaciones entre forma de la expresión y forma del contenido.
A pesar de que en principio podamos considerar el término “código” como equivalente a “lengua”, lo más correcto es asociar a éste como un aspecto o una función de la “lengua”. Esta aclaración es muy importante ya que a partir de ella se entiende de manera más clara el vínculo diferencial entre lengua y habla. Un significante se asocia a un determinado significado y no puede asociarse caprichosamente a cualquiera otro, porque la “lengua” así lo ha codificado.
Dentro de la construcción convencional, bien vale resaltar el caso de caso de las convenciones que fundan códigos muy técnicos tal como es el caso de los códigos mapas muy especializados, planos electrónicos, mecánicos, arquitectónicos que son muy estrictos y específicos en el manejo de cada uno de sus detalles. Las cotas de altura de un terreno, las coordenadas de los mapas de navegación aérea o los achurados que representan la textura específica de un material son solo algunos ejemplos de códigos convencionales que se utilizan en áreas del saber específicos y que necesitan también de interpretaciones muy puntuales para saber qué es lo que verdaderamente se esta representando. Estos códigos muy técnicos son llamados denotativos en tanto que nombran objetivamente las cosas y a través de ello facilitan la comunicación.


En la cultura también se presenta el caso contrario en el que colectivamente se abre paso a códigos poéticos o estéticos que son catalogados como poco explícitos y precisos. A diferencia del caso anterior éstos persiguen connotar, es decir, que su misión es la de trasmitir mensajes de carácter subjetivo. Dado que estos códigos tienen una finalidad retórica, persuasiva o emotiva sus signos son interpretados de múltiples maneras presentándose así un alto grado de polivalencia.
PALABRA PALABRA


COSA HABLANTE


Existen convenciones transitorias y convenciones precarias que generan códigos igualmente transitorios y precarios. Este es el caso especifico de la moda en donde por ejemplo un determinado corte de vestido, un color en particular o el ancho de la bota del pantalón empieza a ser utilizado dentro de todas las esferas sociales y, de pronto, de un día para otro se deja de usar. Con cierto tipo de bailes, de canciones y de juegos (yoyo- tamaguchi- coca por tan solo citar unos ejemplos), también sucede lo mismo. También se presenta el caso en el que los códigos que se crean a pesar de ser enteramente transitorios éstos resultan ser muy precisos, tal como ocurre en el caso concreto de los códigos militares que cifran mensajes son muy exactos porque la convención que los crea también resulta ser muy puntual.
El fenómeno mediante el cual ponemos en relación códigos de diferentes lenguajes y buscamos traducir unos por otros ha sido catalogado como descodificación. A través de este proceso cambiamos los significantes de un lenguaje por los significantes de otro, los cuales como se recordara reciben el nombre de interpretantes. Si digo por ejemplo “manzana” y el receptor me muestra el icono-manzana, este icono es un interpretante descodificador del significante lingüístico “manzana”. Por lo general se comete el error de creer que la descodificación es el proceso mediante el cual es posible convertir un lenguaje en el objeto de otro lenguaje. Todo lo contrario de lo anterior, lo que permite la descodificación es simplemente cambiar el signo de un lenguaje por un signo más o menos equivalente de otro lenguaje.
Si al decir la palabra “bombero” (es decir la persona dedicada a la labor de rescates y a combatir incendios) lo traslado a interpretantes del lenguaje teatral (hombre que usa pantalón de cargaderas, botas negras de caucho especial y que usa la manguera y el hacha) he hecho una mera descodificación del lenguaje verbal al lenguaje teatral. Pero si luego hago referencia al “bombero” dentro de un código teatral y muestro mis actitudes criticas frente al interpretante uniformado de impermeable amarillo y casco de plástico, por ejemplo, expresión bondadoso, servicial y , he recurrido a la utilización de un metalenguaje que ha convertido en su objeto el signo lingüístico “bombero”. En este caso en particular, como hablante hemos recurrido a reconocer los componentes simbólicos constitutivos de un lenguaje y los hemos remitido a unidades discretas de la lengua.
Cuando trasladamos una masa sígnica X a formas de expresión propias de otra masas sígnica y pasamos luego a expresar cualquier tipo de actitudes (bien sean estética, éticas, morales, políticas o sociales) haciendo uso de los mismos signos que empleamos para el lenguaje traductor, hemos convertido un lenguaje en objeto de otro, esto es, hemos convertido un lenguaje traductor en metalenguaje. En cierta medida, este término hace referencia a una capacidad extraordinaria que poseen las lenguas naturales de referirse no solo a las cosas y a los fenómenos sino que, además de referirse a sí misma como objeto de su estudio propio.

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